domingo, 22 de agosto de 2010

SUMATRA. Bukit Lawang. Gunung Leuser National Park.

19, 20, 21 y 22 de agosto 2010, Sumatra (Indonesia).




Salimos muy temprano de Siem Reap con destino a Kuala Lumpur.Voy contento porque hoy es el día marcado para mi aventura en solitario.Y en parte también por dejar atrás la impresentable Guest House de la ciudad de los templos de Angkor, donde sólo se escuchaba “Only one dólar”. Camboya no cubrió mis expectativas, tal vez porque era una parada intermedia entre la nostálgica y bulliciosa Vietnam que desde hacía tiempo tenía marcada en mi agenda de viajes como destino preferente, y entre los hombres de la jungla de Sumatra que era mi primer objetivo para este viaje. Camboya es un país que está repleto de minas, y te aconsejan no salir del camino marcado por tu integridad física. Son muchas las personas que mueren al año o quedan mutiladas de alguna extremidad por estas minas antipersonas que nos recuerdan ese pasado turbulento que tuvieron los camboyanos.


En la capital de Malasia dejo a la maceta para que busque sus idílicas playas. Yo tomo otro avión en Kuala Lumpur sobre las 17:00 horas que me lleva a Medan en el norte de la isla de Sumatra. Medan es la segunda ciudad más grande de Indonesia después de la capital Jakarta en la isla de Java, o así me lo dice un local que posiblemente nunca haya salido de esta isla. Sumatra es una isla muy castigada por las catástrofes naturales. Está dentro de un cordón de gran riesgo de movimientos sísmicos y de volcanes dormidos que en cualquier momento pueden despertar. Tsunamis e inundaciones son clientes fijos de esta isla.


Mi llegada a la capital de Sumatra fue muy agitada y estresante. Bukit Lawang me queda a cuatro horas de camino y unos 100 km por una carretera bacheada y tengo que dormir allí como sea. El nuevo cambio horario esta vez me beneficia, pues gano una hora respecto a Malasia y dos con Camboya, que es donde me levanté esta mañana. Tengo pocos días y quiero hacer un treking de dos días por la jungla para poder asegurarme de encontrarme con orangutanes en estado salvaje.
Sabía que desde la estación de Pinang Baris de Medan salía un bus cada media hora con destino a la aldea de Bukit Lawang que duerme a los pies del Gunung Leuser National Park. Pero lo que no sabía era que el último partía a las 18:00, así me informo un chino bien trajeado que conocí en la puerta de embarque del aeropuerto de las torres Petronas. Sí no cogía ese bus tendría que hacer noche en Medan y coger el primer bus de la mañana siguiente, y tendría que olvidarme de mi trekking de dos días por la jungla. En Medan hay dos estaciones de bus, una donde los autobuses que parten van hacia el sur, y otra, Pinang Baris, que van hacía el norte. Los autobuses son viejas y sucias furgonetas donde no caben en teoría más de nueve personas, pero que se puede ampliar el número de plazas en función de los pasajeros que haya y los que se sumen por el camino.


Aterrice en el Polonia Airport de Medan a las 17:00 horas. El monzón derramaba agua por doquier. La burocracia se hacía interminable: pagar 25 dólares de visado, control policial, aduana, sellado pasaporte, maletas,…Y los indonesios no son precisamente rápidos y eficaces. Tenía que coger ese bus que me llevara a mi destino. Son las 17:30 y un enjambre de taxistas, falsos guías, gente que decía querer ayudarme desinteresadamente… revoloteaban incasablemente a mi alrededor. Me decían que la estación de Pinang Baris estaba a una hora de camino y que no llegaba para coger ese último bus de las 18:00 a Bukit Lawang. Yo no quería creerlos. Era mi objetivo y unos impertinentes taxistas no me iban a quitar esa ilusión de un plumazo. La única opción según ellos era que me llevaran en un taxi tras pagar una crecida suma de dólares.


Eran ya las 17:40 y fui consciente que no llegaba a tiempo. Me tranquilice, pensé… y decidí salir del aeropuerto andando alejándome de aquella marabunta de locales que sólo veían dólares en mi deseo de ir a Bukit Lawang. Poco a poco me iba alejando y ese abrumador gentío también se iba rindiendo. Algunos rishow me seguían intentando convencerme de subir, pero la comunicación con estos sufridos ciclistas era imposible. No sólo no hablaban inglés, sino que dudo hablaran el bahasa Indonesia. Lo suyo era un dialecto difícil de entender. Además, un trayecto en rishow a la estación de Pinang Baris se haría interminable, y tampoco me agrada ver sufrir tan duramente a esos pobres hombres por unas míseras rupias.


De pronto estaba sólo en la carretera andando sin rumbo pero teniendo claro que esa noche dormiría junto a mis amigos de la jungla. Nadie me seguía ya. El monzón seguía implacable. Iba empapado pero incluso se agradece la lluvia para mitigar el sofocante calor de la isla. A los pocos minutos paró una moto junto a mí, y un chico que parecía agradable me invitó a subir a ella. Le dije donde iba y que tenía que estar allí a las 18:00. Miró su reloj y dijo que no era posible en apenas diez minutos que quedaban para las 18:00 llegar a esa dichosa estación. Sin embargo, cogió mi mochila y se la puso entre sus piernas y me dijo que me subiera rápido y me agarrara fuerte. Eso sí, antes me dió un casco que no sé de dónde salió. Me dijo: “police”. Ese trayecto hacia Pinang Baris fue el Gran premio de motociclismo de Sumatra. Saltébamos todo tipo de vehículos imaginables, peatones y obstáculos variopintos con una habilidad pasmosa, y ni la incesante lluvia nos frenaba. Cuando más relajado estaba soltó: “¡Pinang Baris here!”. ¿Aquí?, dije yo, que me esperaba una estación de autobuses al estilo occidental y no un punto cualquiera en mitad de una calle cualquiera sin nada que me hiciese pensar que aquello era una bus station. Pero Indonesia es así, diferente, las ciudades no tienen un center city o centro histórico, son una suma de calles. Todo es centro y todo es periferia.


Ya estaba en Pinang Baris y eran las 18:20. Pude comprobar que ya no había más bus hasta el día siguiente muy temprano. Tendría que buscar un hotel barato cercano a la estación y hacer noche en Medan. Y tendría que conformarme con pasar sólo un día en la jungla. Cuando ya estaba rendido, un matrimonio de más o menos mi edad que me escucha preguntar incansablemente en la destartalada oficina de la estación, me dicen que ellos viven en una aldea cercana a Bukit Lawang y que marchaban ya para su casa después de haber pasado el día en la capital proveindose de víveres y otros objetos necesarios para subsistir, difíciles de encontrar en aquellos lugares tan apartados de la mano de Dios. No me lo podía creer. Se me pusieron los ojos como platos. Pero no todo era tan bonito como parecía. Me pidieron una considerable cantidad de rupias por hacerme ese favor. Trás un brevísimo regateo pactamos la cantidad de 100.000 rupias( unos 9 euros), la mitad del precio inicial y una cuarta parte de lo que me pedían los taxistas en el Polonia Airport. Después pude comprobar que su aldea estaba como una hora antes de tortuosos caminos hacia mi destino. Por lo que el precio no estaba tan mal teniendo en cuenta que a ellos le suponía dos horas más de camino, una para ir y otra para volver. Bueno, la mujer se quedó en su casa en medio de la nada y él recogió a un amigo que le acompañase en su repentino negocio de taxista ocasional.


Fueron tres horas y media de un interminable viaje por maltrechas carreteras llenas de socavones donde frecuentemente desaparecía el asfalto para dar paso a caminos encharcados y llenos de barro. El primer tramo del viaje discurrió por la gigante Medan, una ciudad decadente que intuyo tuvo tiempos mejores. Las afueras de la ciudad se extendían kilómetros y kilómetros. Un segundo tramo fue de casas dispersas a ambos lados de la estrechísima carretera y alguna aldea que otra donde de vez en cuando parábamos para saludar a algún conocido o familiar de mi pareja local que no me dirigió la palabra en todo el camino porque ellos no hablaban inglés ni por supuesto español, ni yo bahasa Indonesia o lo que se hablase allí. Yo era un bulto más de esos que cargaron en Medan y que depositaron en la parte trasera de la desvencijada y asquerosa furgoneta donde me alojaron a mí. Al final de este segundo tramo estaba su aldea que no sumaba más de cinco viviendas. En el tercer tramo apenas vi indicios de asentamientos de gente local. No había luz eléctrica ya, todo era muy obscuro, más en una noche cerrada como aquella. La vegetación era exuberante y llegaba hasta los mismos márgenes de la carretera. Apenas distinguía nada. La única visión momentánea me venía por la fugaz luz que proporcionaban los rayos y truenos de aquella tormenta monzónica. Escuchaba el sonido del agua del río Bohorok perdido en la maleza. Después de una hora, paró el coche y me dijo:”Bukit Lawang, aquí te dejo”. Allí no había nadie ni nada, y no paraba de llover. Me puso la mochila en mitad de la carretera y me indicó con la mano la dirección que tenía que tomar. Innumerables sapos de tamaño considerable saltaban a un lado y otro del pobre asfalto. En ese momento he de reconocer que me agobie un poco. Ahí estaba yo sólo, sin saber nada de nada ni donde dormiría esa noche. Me puse a andar en la dirección indicada por mi chófer y al poco me encontré con tres chicas jóvenes ataviadas con su típica ropa musulmana. Iban descalzas, y sus ropajes de un blanco impoluto que les cubría todo el cuerpo y rostro arrastraban por el suelo. Lo primero que se me vino a la cabeza es que eran espectros de la noche. El blanco de sus ropajes resaltaba en la negra noche. Me acerqué a ellas y súbitamente se taparon la cara y aligeraron su paso. Sumatra es una isla musulmana, muy conservadora, y las mujeres no pueden hablar con un hombre, y menos con un desconocido. Además estaban de lleno en el ramadán. Me limité a seguirlas. Ellas me llevaron sin quererlo a Bukit Lawang. Me metí en el porche de la primera casa que vi, para protegerme de la lluvia y preguntar allí a sus moradores. Un apuesto hombre de unos cuarenta y pocos años salió de la casa, y tras él su mujer e hijo de unos 14 años de edad. Me invitaron a entrar amablemente. Éste si hablaba inglés. Les dije que buscaba un hotel o algún sitio para dormir y enseguida sacó su moto y me llevó a la Guest House de un amigo suyo, imagino para ganarse una comisión, que estaba en el otro extremo del pueblo. Seguía sin haber luz eléctrica allí. Bukit Lawang es una serie de casas nuevas de madera y obra dispuestas a lo largo del río Bohorok. Hace seis años, en octubre de 2004 unos 2 meses antes del tsunami, el río se desbordó por una crecida y arrasó toda la aldea y a 200 de sus habitantes, un tercio de la población.. Por eso todo estaba nuevo, se reconstruyó todo recientemente. El pueblo aún es muy pequeñito y como tal carece de muchas cosas.


Llegué a mi Guest House, que era una cabaña de madera con un fantástico porche con hamacas, encalomada en un árbol a los pies del río Bohorok, obviamente sin agua ni luz. Las vistas se intuían sensacionales. El sonido de la corriente del río era anestésico. Dispersos sonidos de animales lo hacían todo más mágico. Al otro lado del río Bohorok, que no era muy ancho, estaba la jungla y sus moradores: el orangután, el tigre de Sumatra, los elefantes y el rinoceronte de Sumatra.


Los orangutanes solo se localizan en Indonesia, en las islas de Borneo y Sumatra, y son una especie en peligro de extinción. La diferencia entre una isla y otra es que en Borneo los orangutanes se han acostumbrado a hacer su vida en el suelo porque no tienen depredadores naturales, por lo que es más fácil verlos. En Sumatra viven en los árboles para refugiarse de su mayor depredador, el tigre de Sumatra. En este parque nacional sobreviven unos 5000 orangutanes, el resto se encuentran en las selvas de Kalimantan en la isla de Borneo. La mayoría de ellos están habituados a la presencia humana aunque a veces reaccionan de forma agresiva y pueden morder, sobre todo si son madres con sus crías. Duermen sobre camas hechas en los árboles con hojas, como un nido, similar a los chimpancés. Los hijos permanecen con las madres hasta los 6 años de edad, cuando ya pueden servirse por sí mismos. El día antes de llegar yo, una orangutana madre, Mina, mordió a una chica española en un hombro y estaba ingresada en un hospital en Medan. Mina tiene el rostro negro y secuelas en la frente de golpes propinados por aventureros y locales al intentar desprenderse de sus mordiscos, por lo que es fácil identificarla. Yo me encontré con ella y su cría. Me miró desafiadamente, ambos marcábamos las distancias. Finalmente ganó ella y me obligó a cambiar de rumbo.


Lo había logrado, desayune en Camboya, almorzé en Malasia y cené en Indonesia en Bukit Lawang en la isla de Sumatra. Atrás quedaron los sufridos cambios de horarios que a estas alturas del viaje ya iban dejando huella. Y también los incómodos cambios de monedas. Esa noche dormiría junto a mis orangutanes, que en bahasa Indonesia significa “Hombres de la jungla”.


Antes de despedirme de mi último amigo, Amar, elque me llevó a la Guest House, preparé con él mis dos días en el Gunung Leuser National Park. Haría dos días de treking salteado de cascadas y resbaladizas pendientes, vivac en la jungla (rodeado de monos y lagartos varanos) y rafting en el Bohorok para volver a Bukit Lawang. Al día siguiente, a las 8 de la mañana, un expert Guide, Tambrin, me recogía en mi cabaña. Cocineros, porteadores, guías ( especial recuerdo tengo de Anton)… y siete viajeros como yo me acompañarían en lo que sin duda fue la mejor experiencia de mi viaje, aunque también fue muy dura, no sólo por lo accidentado del terreno que había que ayudarse con las lianas para seguir adelante, sino por la terrible humedad que me hacía sudar incansablemente y por el desproporcionado tamaño de los insectos que allí habitaban que parecían desayunar anabolizantes y que dejaron marcadas secuelas en mis piernas. Pero mi encuentro con los hombres de la jungla compensó sobradamente todos mis esfuerzos y sacrificios. Nunca olvidaré el momento en que una orangutana con su bebe fijó sus ojos en los míos. Su mirada me cautivó. Se llamaba Jackie. Era un pirata de la jungla al estilo de los piratas somalíes que nos hizo pagar un impuesto aduanero para dejarnos pasar y soltar a una chica de mi expedición a la que retuvo como rehén. Nos quedamos sin la fruta que llevábamos para el día. Eso fuel motín pactado.


Los montes Virunga de Ruanda y sus gorilas y el Gunung Leuser National Park de Sumatra y sus orangutanes son ya parte de mí.








José Carlos